La grisedad siempre triunfa en las tardes montevideanas
pero la mañana que acostumbra solear el cristal
nos salva de tanto blacanjuait angustiado y angustiante.
Porque el nuestro no es un grisor sin cédula,
no es una grisura simple y pura
No.
Ese pequeño monstruo pictórico que nos diseña sin verdes ni escarlatas,
que nos adolora la nuca de tanto obligarnos a dar vuelta y admirar
lo bueno que fueron esos viejos tiempos terribles
(que dios bifronte los tenga en su propio infierno y a nosotros nos ampare)
ese pequeño hongo venenoso es, más bien, blacanjuait.
Sí.
¿Qué?
Ah no, disculpemé,
pero yo
no sé por qué.
La tumba profanada
Hace 2 días
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