Antes de ayer
congelé mi viejo instrumento
de percusión
sus cavidades sonoras
y el río que las desbordaba
Guardé
en aquel cajón-mortaja
los dedos de tocar, las palmas de sentir
las uñas de marcar los gozos
Doblé
apretadito aquel pañuelo
caja fuerte de penúltimas lágrimas
y cerca —quizás no tanto—
alguna penúltima sonrisa.
Pero
al calor del recuerdo del infierno de tu boca
del lejano paraíso detrás de tus cristales
hoy
siembro deshielos y rescato abrazos
que el mundo se consiga otro dueño
yo prefiero conservar el alma.
1.8.10
Pensándolo bien...
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